Si Claudio Hetz tiene éxito, tendremos que hablar. Todos. Tendremos que llegar a un nuevo trato, un nuevo consenso sobre cómo hacernos cargo de un par de asuntos nada de triviales. Por ejemplo, ¿qué podría pasar si accedemos a tratamientos que nos permitan envejecer sin enfermar? ¿Cómo vamos a tener que modificar nuestro sistema de salud, incluidos los seguros de salud privados y las prioridades de la salud pública? ¿Cómo tenemos que concebir nuestro sistema de pensiones? ¿Y qué va a pasar si solo algunos acceden a la posibilidad de no enfermar? ¿Tendremos dos castas de “viejos”? ¿Dos categorías de seres humanos?
“Eso ya está sucediendo en países como el nuestro”, advierte, y apunta a estudios basados en uno de los datos más fiables de Chile: nuestro RUT. “Con eso puedes ver quiénes están en una isapre y quiénes en Fonasa. Y al hacerlo puedes ver cómo la probabilidad de enfermarse cambia en estas dos poblaciones. Ya estamos separados”. El problema, dice, no está tanto en las desigualdades que pueden generarse, sino más bien en cómo pueden recrudecer. “Ahí el asunto es qué va a pasar cuando empiecen a aparecer píldoras en la farmacia que puedan cambiar el curso del envejecimiento. Si detrás de todo este desarrollo no hay una acción social, el problema se va a acentuar”.
Claudio Hetz, ingeniero en biotecnología molecular y doctor en ciencias biomédicas, habla de esa posibilidad, porque es uno de los científicos que trabajan precisamente en que ese potencial se transforme en una realidad tan concreta como un comprimido en un pastillero.
No es que el director del Instituto Milenio de Neurociencia Biomédica de la Universidad de Chile, BNI -uno de los centros científicos de excelencia del país-, esté en el negocio de la fabricación de drogas. Pero su trabajo de ciencia básica está relacionado con un área que ha concentrado apuestas de miles de millones de dólares de laboratorios y empresas farmacéuticas: ganarle terreno a la muerte. En la literatura fantástica se hablaba de esto como “la eterna juventud”. Moderando las expectativas, en este campo se habla más de envejecer sin enfermar. No se trata de extender la vida, sino la salud.
Y como parece lógico que lo primero resulte como consecuencia de lo segundo, esta área de la investigación antienvejecimiento ha cautivado a muchos inversionistas de bolsillos profundos y mentes fértiles, como Jeff Bezos, Peter Thiel y, por supuesto, Google, que para estos efectos invirtió en Calico (acrónimo de California Life Company).
La aproximación tradicional a este problema está relacionada con los senolíticos, fármacos que logran que nuestro organismo se deshaga selectivamente de las células senescentes, es decir, aquellas células de individuos viejos que han dejado de dividirse y empiezan a generar enfermedades. Los éxitos en modelos animales, principalmente ratones, son espectaculares y han elevado las apuestas. Y ya hay varias pruebas clínicas (es decir, en humanos) en marcha.
El camino de Hetz ha sido diferente, y eso explica, en parte, por qué su laboratorio en el BNI ha recibido el financiamiento de algunas de las principales instituciones del mundo en el área de las enfermedades cerebrales.
También explica por qué el jueves pasado, a eso de las 11.30 de la mañana, en una localidad ubicada a 45 minutos de San Francisco, llamada Novato (paradójico nombre para instalar un centro de investigación enfocado en veteranos), Hetz explicó su trabajo y su plan al grupo de académicos de planta de The Buck Institute for Research on Aging. En rigor, fue más una bienvenida que un examen. En el Buck, uno de los centros de referencia en el área, ya habían decidido pedir a Hetz que se integrara a su facultad y que abriera allá un segundo laboratorio para su investigación.
El enfoque de Hetz y su equipo ha estado en un proceso poco explorado en función del envejecimiento: la proteostasis.
Estudiando enfermedades neurodegenerativas, Hetz y su equipo han puesto el énfasis en un factor común: la alteración del equilibrio de las proteínas y la acumulación de proteínas dañadas o tóxicas que empiezan a enfermar a la célula.
“Lo que pasa en estas enfermedades es que distintas proteínas se acumulan de forma anormal en el cerebro, y depende del área, su manifestación clínica: memoria, movimiento, etc.”, explica. “Esto sugiere que algo pasa al nivel de las proteínas, porque una célula sana puede eliminar las proteínas anómalas, como sucede frecuentemente. Pero cuando nos enfermamos se comienzan a acumular. Eso lo hemos estudiado por años”.
Es lo que ha dado, de cierta manera, un valor agregado al laboratorio de Hetz. “No hay mucha gente trabajando específicamente en esta área en ese instituto”, explica. Su laboratorio en el Buck Institute se llamará, de hecho, Laboratorio de control proteostático en envejecimiento y enfermedades cerebrales. Con Hetz, el Buck pretende reforzar el trabajo en el área de la proteostasis y reclutar a otros científicos destacados en ese enfoque.
Es obvio: desde el momento en que nacemos estamos condenados a morir. Es obvio, pero cuando quien lo dice trabaja precisamente en alterar el curso natural de esa condena, la frase tiene otra resonancia. Para Claudio Hetz, de hecho, hay algo en ese proceso natural que encierra una belleza incomparable. Particularmente, la apoptosis, el mecanismo de muerte celular programada. Fue lo primero que le fascinó de la biología, cuenta. Y al volver de su posdoctorado en Harvard comenzó a dictar una clase sobre el tema en la Universidad de Chile. La historia de amor de Hetz con la muerte celular es larga, pero solo hace un par de meses se animó a declararlo al mundo: se tatuó en su espalda la representación gráfica de la apoptosis, tal como fue dibujada en el paper de 1972 en que John F.R. Kerr, Andrew H. Wyllie y A.R. Currie acuñaron por primera vez el término.
“La historia de la muerte celular a mí me fascina, es preciosa. Y es un mecanismo fundamental que me ha interesado entender desde muy chico”, explica. “Después derivé a estos otros temas, pero siempre me ha acompañado esto, entender cómo las células mueren”.
Cuando Hetz dice “estos otros temas” habla básicamente de lo que ha sido su mayor foco de investigación, aquello que lo ha ocupado y lo ha posicionado en el mundo: descifrar los mecanismos -y los potenciales caminos terapéuticos- de enfermedades neurodegenerativas de tanto impacto como el párkinson, el alzhéimer y la Esclerosis Lateral Amiotrófica, ELA.
Fue, de hecho, en esa búsqueda que llegó a identificar y estudiar el rol del equilibrio de las proteínas en las células como causa de las enfermedades asociadas al envejecimiento.
De ahí a las gerociencias había un solo paso. Y ese paso implicaba caminar hacia la interdisciplina: si algo está claro para los especialistas en enfermedades asociadas al envejecimiento es lo determinante del contexto de las personas, como los factores socioeconómicos, en la incidencia y evolución de estos males.
Claudio Hetz es parte de un centro creado para hacerse cargo de la complejidad social del envejecimiento y de la necesidad de abordarlo de manera interdisciplinaria. El Centro de Gerociencia, Salud Mental y Metabolismo, Gero, inaugurado en diciembre de 2016, integra a profesionales desde múltiples áreas, y actualmente realiza un seguimiento de largo plazo a 300 adultos mayores sanos para registrar sus condiciones de vida y las enfermedades que puedan ir sufriendo. La idea base es que las condiciones locales son un factor ineludible a la hora de entender cómo envejecemos y cómo enfermamos en el proceso. El ser humano, biológicamente, podrá ser uno solo, pero envejecer en Chile no es igual que hacerlo en Estados Unidos, Francia o en cualquier otro lugar del mundo. Entenderlo y caracterizarlo es parte de una brecha en el conocimiento que solo puede ser llenada con ciencia.
“Ha sido un proceso bien enriquecedor. En el momento en que agregué esa capa a mi investigación, todo adquirió más sentido, en términos de entendimiento”, dice Hetz. “Me ha permitido discutir este tipo de preguntas más amplias. Y eso es un puente para acercar la ciencia a la gente. Esto decanta a otro nivel, más social: el interés y la relevancia que adquieren estas preguntas biológicas, científicas, es mayor. Podría quedarme enmarcado en mi investigación, pero esto nos permite participar en un debate; ahora tengo un rol más político, dirijo un instituto de neurociencias, tengo un nuevo rol”.
¿Cuánto sabemos de cómo impacta en la biología de una enfermedad el entorno del paciente?
Es un área difícil de explorar. Pero sí sabemos que existe la biología de sistemas, que las moléculas se organizan de una cierta forma y eso determina su hacer y su herencia. Hay muchas capas que recién se están empezando a entender, como el rol de la microbiota, o las conductas sociales en animales y nosotros mismos, que son heredables…. Cómo funciona el cerebro, cómo esta conversación entre tú y yo sucede, tampoco lo entendemos. Y eso tiene que ver con estudiar las propiedades emergentes del sistema nervioso. Con una biología reduccionista nos hemos enfocado en procesos lineales y aislados, pero lo importante es la relación entre las partes. Eso todavía no tenemos la capacidad de entenderlo y manipularlo… Pero va hacia allá. Yo creo que la mayoría de los científicos somos conscientes de ese problema. Entonces, cuando pensamos en conectar esas capas nos vemos como individuos dentro de una sociedad, pero en el grupo humano tambien pasa algo. Tú no eres tus células individuales y tus órganos; eres un organismo que va más allá de tu cuerpo, porque somos entes sociales. Ahí empezamos a mezclar disciplinas.
La gerociencia, de alguna forma,está empezando a transparentar ese hecho. Porque tu biología no es todo. ¿Cuál es el parámetro de un experimento? Te enfermas o no te enfermas. Pero ahí entran factores que no solo tienen que ver con tu biología directa: tus pensiones, el cariño que recibes de tus nietos, tu alimentación, tu estilo de vida… Todo puede traducirse en cuánto sufres de enfermedades crónicas asociadas a la vejez.
Si envejecer, y enfermarse a causa de ello, es un proceso natural para el que nuestras células están programadas, ¿sabemos qué consecuencias puede tener posponerlo o alterarlo?
Bueno, esa es la pregunta: cómo intervenir de tal manera que las consecuencias no sean tan drásticas y no termines afectando los procesos naturales. Porque tu biología es tu biología; el problema es que las moléculas se desconfiguran en sus redes y ahí te terminas enfermando. Entonces, ese es el desafío: hasta qué punto tengo que modificar un proceso en una célula para tener un beneficio respecto de una enfermedad y evitar los efectos negativos de alterar tu biología natural.
Con avances científicos que pueden impactar tanto a la sociedad, ¿cómo ves la posibilidad de llevar esta conversación a la discusión de políticas públicas? ¿Estamos a tiempo?
Claro, el problema, que en Chile está exacerbado, es que todo esto va muy rápido, pero los debates están sucediendo de manera muy retrasada. Mira cómo cambia tu teléfono todos los años y piensa cómo avanza la ciencia. O sea, para mí leer papers de hace cinco años es un lata, es leer el pasado. Y no veo políticos discutiendo este tema, y si los ensayos clínicos que están en curso hoy tienen éxito, en cinco a siete años más vamos a tener drogas que van a cambiar el curso del envejecimiento. Pero eso pasa también con la mayoría de las terapias que llamamos emergentes, por ejemplo, la terapia génica y las terapias con células madre. Ya hay tres terapias génicas aprobadas por la FDA y van a salir muchas más. Nosotros ya licenciamos tres patentes en terapia génica, ya estamos en el negocio en esa área, pero en Chile nadie siquiera ha conversado del tema. ¿Qué organismo va a validar o certificar esos nuevos medicamentos biológicos cuando lleguen a nuestro país? En este momento hay muchas clínicas que ofrecen tratamientos con células madre, a veces sin ensayo clínico detrás. ¿Quién certifica que esas células que te inyectan son lo que se supone que son? No hay organismo que certifique que eso que están inyectando está bien preparado, que no tendrá efectos secundarios, o que no están inyectando agua… Estamos muy retrasados en el proceso de legislar al respecto. En Estados Unidos esto fue un gran problema hace un par de años, cuando apareció todo este tema de los fraudes con células madre, porque son temas muy manoseados y generan muchas expectativas. Cerraron clínicas… Entonces los enfermos desesperados ahora se van a China. Pero también pueden venir a Chile, porque tenemos el mismo problema: no es un crimen. Entonces, hay una deficiencia general. Necesitamos políticos que sepan de ciencia y ojalá un organismo que esté estudiando y se mantenga a la vanguardia.
Al mismo tiempo, la presión para los científicos parece ser la de presentar que su trabajo “sirve para algo”, de algún modo los obliga a empaquetarlo en torno a una enfermedad, a hacer promesas terapéuticas. ¿Cómo se trabaja en ese entorno?
Yo dirijo un instituto de neurociencias con 200 personas y parte de nuestra misión es acercar lo que hacemos a la sociedad y a los políticos. Y ha sido un problema gigante, porque no siempre puedes controlar qué se va a titular en los medios, por ejemplo. Hemos tenido muchos problemas con generar falsas expectativas. Parte del prestigio que tiene mi laboratorio no tiene que ver con enfermedades, sino con la ciencia básica que hacemos. Y por eso las empresas y fundaciones que nos apoyan infieren que podemos dar buenos frutos. Pero no siempre es así. Y hace poco publicamos un artículo en una de las mejores revistas en el área, Nature Cell Biology, con portada, salió en todas partes. Acá el titular en los medios lo relacionó con la promesa de curar diabetes y enfermedades metabólicas… Obviamente este estudio tenía proyecciones en esa área, pero el paper se trataba de cómo funciona la célula. Me llamaban los medios para hablar de diabetes y yo no tengo idea, si me dedico a las enfermedades cerebrales. Eso es un ejemplo de lo que pasa. Pero creo que eso es parte de la inseguridad de los medios, y eso está cambiando: a la gente le interesa saber más de ciencia.