Uno de los animales más extraños de nuestra fauna, el monito del monte es el último sobreviviente de una antigua familia de marsupiales, extinta hace millones de años.
Para el pueblo mapuche es sinónimo de mala suerte, aunque hay zonas en la Araucanía en donde oír sus gritos agudos, similares a los de un cachorro recién parido, es señal de abundancia. El monito del monte o chumaihuén —“perrito de la virtud”, en mapudungún— es una de las especies más extrañas que habitan los frondosos bosques del centro y sur de Chile. No por nada la tradición campesina suele describirlo como un ratón que nace del huevo de una gallina empollado por una serpiente. Y aunque esa versión mitológica de su origen no sea cierta, detrás de ella hay una intuición correcta: el monito del monte, o Dromiciops gliroides, es tan extraordinariamente singular, que su origen no se asemeja al de ningún otro animal nacido en estas tierras. De hecho, se remonta a millones de años. Por eso, los investigadores que se dedican a estudiarlo lo definen como un “fósil viviente”.
—Es el único representante vivo de un orden completo, que es el microbiotherio. ¿Qué significa esto? —se pregunta el doctor en Ecología y Biología Evolutiva de la U. de Chile, Juan Luis Celis—. Que todas las demás especies de esa orden ya se extinguieron.
La relación de Celis con el misterioso marsupial —uno de los tres que habitan nuestro territorio, junto a la yaca y la comadreja trompudita— nació hace 15 años, producto de un accidente fortuito: en 2005 viajaba por Chiloé en busca de un tema para su doctorado, cuando recibió la invitación para ser parte de un muestreo de fauna. Llevaba varias horas internado en el húmedo y añoso bosque cuando, de una de las trampas, vio emerger a un pequeño animal que lo desconcertó: tenía la apariencia de un ratón, recuerda Celis, pero al notar su hocico puntiagudo, sus ojos pequeños y amistosos, y su larga, gruesa y fuerte cola, supo de inmediato de lo que tenía en sus manos no era un roedor, sino algo diferente.
—Era una especie tan bonita, tan carismática —dice el investigador— que decidí estudiarla, leer lo que había sobre él. Entonces me di cuenta de algo: se sabía muy poco al respeto. Por eso decidí agarrarlo como tema. Mucha gente me dijo que no me convenía, que iba a ser difícil, porque no había bibliografía ni datos. Me demoré bastante, pero fue muy valioso.
En las dos últimas décadas, al menos una decena de investigadores chilenos han intentado descifrar la existencia de un mamífero que, aunque vive exclusivamente entre las regiones de la Araucanía y Los Lagos —y en una pequeña franja de la patagonia argentina—, tiene su origen en el otro extremo del mundo. Los análisis genéticos han demostrado que el monito del monte está mucho más cerca de los marsupiales australianos, como el canguro, que de los que existen en nuestro continente, como la yaca, la zarigüeya y la comadreja trompuda.
Para entender esa relación, hay que retroceder 300 millones de años, hasta la época en que toda la Tierra estaba unida en un único continente, conocido como Pangea. Si una persona pudiera viajar en el tiempo y visitar la Antártica en esa época —que también era parte de esa gran masa continental—, seguramente pensaría que se equivocó de destino: para entonces, cuenta Celis, su superficie estaba cubierta de frondosos bosques subtropicales, palmeras imponentes y helechos de un intenso color verde. Con esas condiciones, era el hábitat perfecto para numerosas especies. Los marsupiales, creen los evolucionistas, se fueron moviendo desde los bosques antárticos a Australia y Sudamérica. La fragmentación de Pangea, 50 millones de años después, marcó para siempre su evolución biológica.
“El monito deja las semillas que ingiere casi intactas. Plantas como la botellita, la medallita y la estrellita, que tienen en común que sus frutos son verdes, son consumidas por el monito y me atrevería a decir que es su único dispersor. Se ha estudiado mucho a distintas especies de aves y no se han encontrado en sus heces semillas de este tipo de plantas”.
Ágil y ligero, el monito del monte, que en su adultez puede llegar a medir 25 centímetros, posee una asombrosa habilidad para desplazarse entre los árboles. Esto, gracias a su pulgar oponible, que utiliza para afirmarse mientras escala, y a su larga cola prensil, que enrolla en las ramas para para cruzar de un árbol a otro. Es el único marsupial de Sudamérica que hiberna, ya que su temperatura corporal apenas llega a los 10º C, más cerca de los reptiles que de los mamíferos. Por eso, quizás, en el campo aseguran que lo empolló una serpiente. Hay períodos en donde puede llevar prácticamente a cero su metabolismo.
—Se han registrado casos donde hay animales que, en días buenos, se despiertan, se levantan, comen lo que encuentren y después vuelven a dormir —dice Celis—. Por eso, más que hibernar, uno debería decir que el monito entra en un estado de sopor profundo.
Es tan misterioso su origen, que algunos investigadores postulan que, además del gliroides, existen dos especies más de monito del monte: el bozinovici y el mondaca, que tendrían cráneos levemente diferentes en tamaño y forma, aunque Celis postula que esas diferencias no son suficientes para dividir su linaje. Donde no hay discrepancias es respecto al rol trascendental que cumple en sus ecosistemas. Parte importante de su dieta son insectos, pero también es un gran consumidor de frutos silvestres, lo que lo convierte en un dispersor natural de al menos 16 especies vegetales, entre ellas el maqui, la murta, el arrayán y la quilineja. Esto, gracias a su inusual sistema digestivo:
—El monito deja las semillas que ingiere casi intactas —explica Celis—. Plantas como la botellita, la medallita y la estrellita, que tienen en común que sus frutos son verdes, son consumidas por el monito y me atrevería a decir que es su único dispersor. Como sus frutos son verdes, las aves no suelen comerlos. Se ha estudiado mucho a distintas especies de aves y no se han encontrado en sus heces semillas de este tipo de plantas.
Durante años, el monito fue considerado vulnerable, pero hoy está en la categoría de casi amenazado. Esto, gracias a su gran capacidad de reproducción —tiene entre tres y cinco crías por temporada— y a su facilidad para adaptarse a cualquier ambiente donde exista sotobosque, el conjunto de arbustos, hierbas y matorrales que crecen bajo el dosel de los árboles. Su fragilidad, sin embargo, persiste a causa de la degradación de su hábitat. La explotación forestal, dice Celis, es un factor importante en ello, pero también hay otro fenómenos que provoca un importante impacto en el ecosistema del marsupial chileno.
“Era una especie tan bonita, tan carismática, que decidí estudiarla, leer lo que había sobre él. Entonces me di cuenta de algo: se sabía muy poco al respeto. Por eso decidí agarrarlo como tema. Mucha gente me dijo que no me convenía, que iba a ser difícil, porque no había bibliografía ni datos. Me demoré bastante, pero fue muy valioso”.
—Hay una cosa que ha sido muy poco estudiada y es la famosa parcelación —asegura el investigador—. Mucha gente, tal vez con la mejor intención, compra parcelas para cuidar el bosque, pero el simple hecho de lotear, lo va abriendo y éste pierde su continuidad. Esto genera un problema no sólo para el monito, sino que para muchas otras especies.
Hoy, el biólogo busca comprobar si los monitos nidifican en familia, y para eso está estudiando su conducta durante los meses de sopor. De ser así, dice, estaríamos frente a un animal que se vincula con sus pares de forma comunitaria y no territorial. Ese tipo de investigaciones, explica, buscan afinar nuestro conocimiento sobre la manera en que se comporan las distintas piezas de nuestros ecosistemas, y, sobre todo, contribuir a que los chilenos protejamos a uno de los animales más extraordinarios de nuestro país.
—Hago todo lo posible por entender y difundir nuestro legado biológico, para que de esta manera la gente se apodere de ese conocimiento y sienta que especies como el monito forman parte de su cultura —afirma Celis—. “Es la mejor forma de protegerlos”.