La Dra. Ulrike Kemmerling Weis ha dedicado varios años de su destacada trayectoria científica a tratar de comprender la infección por Trypanosoma cruzi, parásito unicelular causante de la Enfermedad de Chagas. En ese sentido, y según palabras de la investigadora, se sabe mucho sobre cómo éste invade a células individuales y cómo responden las células hospederas (incluyendo a los receptores involucrados en el hospedero, las vías de transducción de señales que activa y mecanismos de ingreso a los distintos tipos celulares). Sin embargo, no se tiene tanta información sobre cómo el parásito invade tejidos.
“Este parásito no solamente tiene que entrar a la célula, sino que debe lidiar con los diversos factores que están en la matriz extracelular, entre ellos: fibras como el colágeno, proteoglucanos y glicoproteínas, que forman una red tridimensional tremendamente compleja”, explica la académica.
Al momento de interesarse por esta área de estudio, la doctora Kemmerling tuvo que encontrar un tejido indicado para comenzar los análisis. Bajo esta búsqueda, y gracias al apoyo de una colega del Programa de Anatomía y Biología de Desarrollo del Instituto de Ciencias Biomédicas (ICBM), Dra Cleo Bosco, que trabajaba estudiando la preeclampsia, descubrió que la placenta podría ser un modelo muy interesante para estudiar una infección en tejido.
“Al estandarizar el modelo de infección, nos dimos cuenta de que infectar placenta no era fácil. En ese sentido, si uno analiza una biopsia de miocardio de un paciente con Chagas, se observa que las células del corazón están llenas de parásitos. Sin embargo, es muy difícil poder observar esto mismo en el tejido placentario. La unidad morfofuncional de la placenta es la vellosidad coriónica libre, si uno elimina el epitelio que reviste a la vellosidad coriónica (el trofoblasto), sólo en este caso podemos apreciar un número significativo de parásitos en el tejido”, destaca la investigadora del ICBM.
El equipo de la Dra. Ulrike Kemmerling se planteó que podrían existir mecanismos antiparasitarios locales de la placenta, lo cual se correlaciona con que las tasas de transmisión congénita son bajas. Sin embargo, esto no significa que estas tasas no sean relevantes epidemiológicamente, muy por el contrario, permiten tanto la perpetuación de la enfermedad asi como su globalización. Adicionalmente, las drogas que existen actualmente para el tratamiento de la Enfermedad de Chagas no se pueden usar en el embarazo porque son teratogénicas.
“Los tratamientos farmacológicos con benznidazol y nifurtimox son tratamientos largos que producen efectos secundarios adversos; por otro lado, no son muy efectivos, ya que el parásito está escondido adentro de la célula. Cabe destacar que en niños los tratamientos son más eficaces y por ende es fundamental conocer la fisiopatología de la transmisión congénita para poder así detectarla tempranamente.
En el contexto de buscar mecanismos antiparasitarios, nos planteamos que el recambio epitelial del trofoblasto tenía algo que ver en este fenómeno, ya que cuando el parásito se transmite de madre a hijo, lo hace por medio de la sangre hacia la placenta”, acota la Dra. Kemmerling.
El rol del trofoblasto
El trofoblasto es el primer tejido de origen fetal en contacto con la sangre materna; es un epitelio de revestimiento conformado por dos capas y de las cuales la capa basal posee capacidades proliferativas. “Esas células después se diferencian y se fusionan con una capa superficial que forma un sincicio, esa incorporación continua de células de la capa basal se contrarresta con la formación de nodos sinciciales que se desprenden hacia la sangre materna y después son eliminados a nivel pulmonar; de hecho, se utilizan como diagnóstico de patologías del embarazo, entre ellas: preeclampsia y eclampsia”.
Cualquier patógeno antes de invadir tiene que adherirse a la superficie, en presencia del parásito aumentan los procesos celulares vinculados con este cambio epitelial. “Aumenta la proliferación, diferenciación y la muerte celular del tipo apoptosis que está involucrado en esos nodos sinciciales en concentraciones bajas del parásito”, agrega.
Por otro lado, los investigadores observaron que en presencia del parásito aumenta la expresión de receptores de reconocimiento de patógenos tipo TLRs (Toll-like receptors) en el trofoblasto y se induce un perfil de citoquinas proinflamatoria muy específico. Este perfil de citoquinas podría constituir otro mecanismo de defensa ante la presencia del patógeno.
“Hicimos experimentos en donde expusimos a estos explantes de placentas con Trypanosoma y adicionalmente con Toxoplasma gondii, otro protozoo parásito pero que presenta tasas de transmisión congénita altas cuando la primoinfección ocurre durante el embarazo. Allí encontramos que en presencia de T. gondii, no hay recambio epitelial acelerado sino destrucción tisular y el perfil de citoquinas es más bien inmunomodular, explica. En ese sentido la académica deja en claro el importante rol local de la placenta. “La placenta se considera parte esencial del sistema inmune, y no solamente un ente que ayuda en el intercambio de nutrientes y gases entre madre e hijo”, puntualiza.
Tanto la Dra. Kemmergling como su equipo están enfocados actualmente en el proceso de recambio epitelial, observando qué pasa con la diferenciación celular a nivel del trofoblasto. “Elegimos la diferenciación porque hay marcadores bioquímicos y celulares más validados, y uno de ellos es la hormona Gonadotropina Coriónica Humana (GCH), la cual es solamente sintetizada por el trofoblasto. Específicamente estamos estudiando como el proceso de diferenciación celular del trofoblasto está regulado por los microRNA. Interesantemente, hay miRNAs que son placenta-específicas y que pueden ser detectadas libremente en el plasma sanguíneo o en exovesículas tales como los exosomas. Por ende, podrían ser valiosos en el futuro como marcadores de diagnóstico o pronóstico de la enfermedad o de la probabilidad de transmisión”, señala.
“Publicamos un paper en la revista Parasite and Vectors donde estudiamos en placenta humana los cambios a nivel de expresión génica, utilizando distintas concentraciones de parásitos e incubándolos por distintos tiempos. Ahí vimos cuántos genes aumentan y disminuyen su expresión, también analizamos que vías de señalización y procesos metabólicos están involucrados. Todos estos análisis nos permitieron tener una visión general del tema con procesos validados”, finaliza.
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Periodista: Patricio Grunert Alarcón. ®
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