Cada científico de laboratorio tiene una historia de terror. El paso de cinco minutos que no sabían que necesitaban, que terminó costándoles cinco meses, o cinco años. Tal vez estaba girando la placa mientras las células abarrotadas se dividían entre las placas de cultivo. O tal vez el protocolo publicado decía lavar la muestra una vez y calentarla tres veces, pero significaba lo contrario, de modo que seguir las instrucciones impresas destruía la muestra.