Chile posee más de 4.000 kilómetros de costa y actualmente cerca del 43% de la Zona Económica Exclusiva tiene alguna categoría de protección. Pareciera, a primera vista, que la tarea está cumplida. Sin embargo, la realidad es otra. Seis expertos explican dónde hay que poner el foco para seguir avanzando en la conservación oceánica.
En la Columna Agro de Francisco Contardo, el periodista especializado chileno conversa con el ex asesor principal en política alimentaria mundial del Departamento de Estado de los Estados Unidos, Jack Bobo; quien es hoy CEO de Futurity, posición desde la cual realiza análisis y asesoría internacional sobre el futuro de los alimentos y la agricultura, pronunciando más de 400 discursos en 50 países sobre el futuro de los alimentos y cómo generar confianza en el consumidor.
Esta semana hemos transitado desde un sueño malo hasta una pesadilla, debido al aumento estratosférico de casos del Covid-19 en el país y, particularmente, en la Región Metropolitana. ¿Por qué nos encontramos en esta lamentable situación sanitaria y qué podemos hacer? La respuesta a la primera pregunta, a mi juicio, es que en un país muy interconectado como Chile -y con grandes ciudades con sus particulares características estructurales y sociales-, las cuarentenas secuenciales y parciales no funcionan bien, sobre todo si duran poco tiempo.
El final del período Devónico, hace 359 millones de años, fue un momento lleno de acontecimientos: los peces avanzaban lentamente y los bosques helechos avanzaban por tierra. El mundo se estaba recuperando de una extinción masiva 12 millones de años antes, pero el clima aún era caótico, oscilando entre las condiciones de invernadero y las heladas tan profundas que se formaron glaciares en los trópicos. Y luego, justo cuando el planeta se estaba calentando por una de estas glaciaciones, se produjo otra extinción, aparentemente sin razón. Ahora, las esporas de plantas parecidas a helechos, preservadas en antiguos sedimentos de lagos del este de Groenlandia, sugieren un culpable: la capa protectora de ozono del planeta se despojó repentinamente, exponiendo la vida de la superficie a una explosión de radiación ultravioleta (UV) que causa mutaciones.
La ecóloga que lidera la Wildlife Conservation Society en Chile dice que quienes trabajan en biodiversidad lo venían advirtiendo desde hace mucho: destruir el medioambiente tiene costos para la salud de las personas, algo que quedó demostrado en esta pandemia. Saavedra asegura que ante una recesión, la reactivación económica no puede ser a costa de la naturaleza, porque “justamente, la degradación ambiental nos ha puesto donde estamos ahora”.
Se ha escuchado a algunos líderes de opinión e incluso gobernantes, referirse a este coronavirus como un “enemigo silencioso” contra el cual hay que poner todo el esfuerzo para exterminarlo. Así, este virus es visto por algunos como algo extraño que hay que eliminar a la brevedad, para volver a nuestras vidas anteriores. Esta tragedia debe ser vista, sin embargo, como una oportunidad para darnos cuenta de que nosotros somos los responsables de esta pandemia y, por supuesto, de otras calamidades ambientales. Esto ya había sido advertido por científicas y científicos de todo el mundo.
En Chile los primeros casos de COVID-19 confirmados, datan de principios de marzo de este año, por lo que teóricamente las comparaciones relevantes en nuestro país son a partir de abril. No obstante, surge la pregunta: ¿los casos de COVID-19 detectados en marzo reflejan las primeras fechas en que aterrizó el virus en el país? Los ecólogos y botánicos, entre los cuales me encuentro, saben muy bien que detectar la primera semilla de una nueva planta exótica que entra en un país es muy difícil. Para un virus es aún más complejo, y sobre todo en el actual escenario, donde existen muchos casos asintomáticos.
Durante cientos de millones de años, las plantas han tenido la capacidad de aprovechar el dióxido de carbono del aire utilizando energía solar. La red de investigación está en camino de construir células artificiales como biorreactores verdes sostenibles. Un equipo de investigación ha logrado desarrollar una plataforma para la construcción automatizada de módulos de fotosíntesis del tamaño de una celda. Los cloroplastos artificiales son capaces de unir y convertir el dióxido de carbono del gas de efecto invernadero utilizando energía luminosa.
Al analizar los genomas de virus de más de 7,500 personas infectadas con COVID-19, los investigadores han caracterizado los patrones de diversidad del genoma del virus SARS-CoV-2, ofreciendo pistas para dirigir medicamentos y objetivos de vacunas. El estudio identificó cerca de 200 mutaciones genéticas recurrentes en el virus, destacando cómo puede adaptarse y evolucionar a sus huéspedes humanos.