Una muerte lenta se está arrastrando por los bosques de la Tierra y otros paisajes verdes. A medida que los animales son asesinados por cazadores o expulsados por la tala, por ejemplo, las plantas que dependen de ellos para transportar sus semillas comienzan a desaparecer. Con el tiempo, los árboles y otras plantas pueden desaparecer. El cambio climático está acelerando este proceso, sugiere un nuevo estudio, y en última instancia puede dañar no solo la biodiversidad, sino también la capacidad de los ecosistemas para almacenar carbono y proporcionar alimentos y agua limpia.
Se trata de una serie de iniciativas respaldas por el Gobierno Regional y ejecutadas por Universidad de La Frontera, que buscarán medir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y elaborar un plan de acción para avanzar hacia una región más sustentable.
A fines del año pasado, la gran cumbre climática en Glasgow, Reino Unido, la 26.ª Conferencia de las Partes de la convención climática de las Naciones Unidas (COP26), inyectó un impulso muy necesario a la comunidad política y empresarial en la lucha para detener el cambio climático. El próximo año representa una oportunidad para que científicos de todas las tendencias ofrezcan su experiencia y se aseguren de tener una voz en este esfuerzo monumental.
Trabajo liderado por Jorge Pérez Quezada, investigador de la Universidad de Chile y del Instituto de Ecología y Biodiversidad, reafirma la importancia de invertir esfuerzos en conservar ecosistemas nativos. El estudio, publicado en la revista Forest Ecology and Management, determinó que los bosques de Chiloé almacenan más de 1.000 toneladas de carbono por hectárea, la mayoría en el suelo.
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El aumento de la temperatura y la disminución de las lluvias producen un estrés hídrico que ha sido aprovechado por un hongo. El primer signo es que el follaje de las araucarias comienza a secarse.
Un análisis publicado en la revista Science muestra que con los compromisos actuales de los estados existe más de un tercio de probabilidades de evitar el aumento de la temperatura media global a 2 ºC. Pero los países deben seguir intensificando sus esfuerzos para que el objetivo se cumpla de verdad.
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Como científica climática líder, Paola Arias no necesita mirar muy lejos para ver cómo cambia el mundo. Los patrones cambiantes de las lluvias amenazan el suministro de agua en su ciudad natal de Medellín, Colombia, mientras que el aumento del nivel del mar pone en peligro la costa del país. No confía en que los líderes internacionales desaceleren el calentamiento global o que su propio gobierno pueda manejar las consecuencias esperadas, como las migraciones masivas y los disturbios civiles por la creciente desigualdad. Con un futuro tan incierto, hace varios años pensó mucho en tener hijos.