En el marco del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, te invitamos a conocer las historias de María Gisella Orjeda de Perú, Cristina Dorador de Chile, Claudia Segovia de Ecuador y Melania Guerra de Costa Rica, cuatro investigadoras que conforman la lista mundial de científicos en la que apenas el 28% son mujeres.

A pesar de que han habido avances en la participación de las mujeres en el campo científico, las cifras indican que con esfuerzo alcanzan el 28 % cuando se revisa la lista de investigadores en todo el mundo. Del total de los premios Nobel entregados, solo un 3 % ha sido recibido por mujeres y del universo de personas que cursan estudios de doctorado, solo un 25 % corresponde a mujeres.

Las brechas de género en esta área comienzan desde muy temprana edad, según la fundación L’Oreal, que trabaja junto a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en la iniciativa For Women in Science, la primera brecha comienza en la escuela primaria y va creciendo a medida que adquieren mayores conocimientos.

Para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), además, es vital que haya igualdad de género, puesto que es necesario “aprovechar todo nuestro potencial”, señaló Antonio Guterrez, secretario general de la ONU. Sin embargo, si bien la realidad demuestra que existe un enorme potencial científico femenino, este aporte de las mujeres en los avances de la ciencia es a menudo pasado por alto, se precisa en un comunicado de las Naciones Unidas.

En el marco del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, que se conmemora este 11 de febrero, Mongabay Latam resaltó el trabajo de cuatro científicas latinoamericanas: Gisella Orjeda, destacada bióloga peruana, experta en mejoramiento genético y reconocida por decodificar el genoma de la papa; Cristina Dorador, bióloga chilena, dedicada a estudiar las comunidades microbianas en los salares del Altiplano en los Andes; María Claudia Segovia, bióloga ecuatoriana, experta en botánica y especialista en los bosques altoandinos del Ecuador, y Melania Guerra, oceanógrafa costarricense, destacada por sus investigaciones en el Ártico y por acompañar hoy a la delegación de su país en las negociaciones de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP.

El amor por la ciencia

Algunas de ellas sintieron el llamado de la ciencia desde muy pequeñas. Gisella Orjeda confiesa que aprendió a leer a los tres años y atesora esos días en los que sus padres le regalaban libros, juegos de química o algo tan poco usual como un microscopio.

Algo parecido ocurrió con Melania Guerra. Ella recuerda que a los cinco años de edad comenzó a sentirse atraída por el emocionante trabajo de los astronautas o por las aventuras de amantes de la naturaleza como Jacques Cousteau. Aunque no sabía que la ciencia era el eje transversal, fue desde entonces que supo que quería perseguir una vida extraordinaria.

Hoy Gisella Orjeda conserva esa misma curiosidad por aprender nuevas cosas, “me gusta el instante en que descubres y comprendes”. Eso no lo cambia por nada. Al mismo tiempo, lo que más valora de su trabajo es el poder que tiene la ciencia para impactar en la vida de la gente. “Si añades el trabajo en el sector público, ese impacto se maximiza”, asegura.

Cristina Dorador destaca la suerte que tiene de vivir una “época fantástica en lo que respecta el descubrimiento de la diversidad microbiana del planeta”. Sostiene que los avances en este tema han llevado “a replantearse aspectos prácticos y teóricos de distintas disciplinas, incluyendo la salud humana con el reconocimiento del microbioma humano”.

Todas ellas se sienten afortunadas por trabajar en lo que las apasiona. A Claudia Segovia le parece “simplemente alucinante” la posibilidad de estar en contacto con la naturaleza, aprender de ella en un laboratorio y que por eso le paguen. “Me maravilla reconocer que nos falta mucho por aprender. Cada día me apasiona el ver las complejas interacciones y adaptaciones de las plantas a las severas condiciones de los páramos”.

Melania Guerra no se cansa de enfrentar cada día el reto de trabajar en un ambiente tan extremo como el del Ártico. “Hay que pensar literalmente en qué es lo siguiente que me va a querer matar, desde frío hasta el ataque de un oso polar, y cómo puedo hacer que eso no pase”.

Una vida llena de anécdotas

Hay una aventura que Claudia Segovia siempre recuerda. Fue durante una clase de técnicas de campo en el Cuyabeno. Iba de regreso con sus compañeros cuando en medio del camino se percató de que todas las fundas de plantas que llevaban estaban cubiertas de garrapatas.

“Nuestras botas, en lugar de color negro, eran cafés por las miles de garrapatas que las cubrían. Corrimos desesperados a la laguna mientras nos sacábamos las botas para que no nos cubrieran las garrapatas”, cuenta.

Melania Guerra también tiene recuerdos que aún la hacen emocionarse. En Baja California, mientras estudiaba a las ballenas Jorobadas, un día iba de regreso en la lancha junto a otros científicos cuando de pronto vieron a unos delfines que nadaban muy rápido. Se percataron de que un grupo de ballenas orcas los perseguían y entonces decidieron parar para presenciar la escena.

“Varias de las orcas comenzaron a intentar separar a uno de los delfines para atacarlo. Creemos que las orcas estaban enseñándole a las crías a cazar, porque básicamente estaban practicando con él. Lo lanzaban por el aire y se lo pasaban las unas a las otras como jugando béisbol”, cuenta Guerra.

Más tarde escucharon a lo lejos unos soplos muy fuertes. “Eran varias ballenas jorobadas que aunque no tenían ninguna vela en ese entierro decidieron interponerse al ataque de las orcas hacia los delfines”, recuerda la científica. La capacidad de un animal de ser empático y entender la sensación de otra especie todavía es algo que la conmueve.

Cristina Dorador recuerda con pesar el día en que llegó a estudiar el Bofedal de Caya. “Ya no tenía agua por extracción para la minería”, dice y asegura que eso les ha pasado muchas veces. “Estamos llegando tarde. Cada vez hay más tuberías, caminos, conflictos con las comunidades indígenas. El Altiplano ha sido intervenido mucho en los últimos años y no se ha avanzado en conservación”.

Orjeda por su parte lo que más atesora es que la ciencia le haya permitido conocer el mundo. “He viajado a muchos lugares y siempre he encontrado a colegas que me han acogido. Los científicos son muy abiertos. Cuando te reciben tus colegas, te das cuenta que sin importar el idioma hablamos el mismo lenguaje y nos hacemos las mismas preguntas”.

Ciencia hecha por mujeres

“Históricamente la ciencia ha sido realizada sobre todo por hombres”, dice Dorador, por lo que considera que “es difícil aproximarse a una idea de que la ciencia realizada por mujeres será diferente a la de los hombres, porque ya nuestra formación inicial tuvo ese sesgo”.

Aún así, asegura que “debe existir una deconstrucción del pensamiento en estos territorios, tratar de ‘descolonizar’ ideas fijas preconcebidas”, puesto que todo se puede pensar de manera diferente. “Quizá esa es nuestra mejor contribución como científicas en este momento”.

Para Claudia Segovia es importante considerar la mirada de las mujeres, pues analizan las cosas y los hechos desde una perspectiva muy particular: “Una más incluyente, más holística, incluso más detallista. Muchas mujeres nos encontramos en áreas científicas donde la paciencia, el detalle y la meticulosidad son importantes”.

Dorador es parte de un grupo de investigación que está formado por mujeres de distintas disciplinas y se siente afortunada de pertenecer a él. “No competimos entre nosotras, disfrutamos la ciencia, somos amigas, nos apoyamos y creamos juntas”, cuenta.

La experiencia de Dorador tiene eco en la manera en que Melania Guerra considera que hacen ciencia las mujeres: “No tanto desde el ego, sino pensando en el otro”. Para la oceanógrafa costarricense, el rol que se le ha adjudicado a las mujeres de ser ellas las que cuidan y protegen a los hijos o a los mayores de la familia, las ha llevado a tener una mayor conciencia social. “Por eso se dice que cuando se educa a una mujer, se educa a toda su comunidad, porque tendemos a compartir el conocimiento que generamos”, dice Guerra.

¿Para qué hacer ciencia?

Para Orjeda, la ciencia es la actividad humana más satisfactoria. “A pesar que requiere esfuerzo, aislamiento, mucho sacrificio en lo que respecta a la vida social, el placer de conocer cómo funcionan las cosas es enorme”, asegura.

Melania Guerra comenzó a hacer ciencia para buscar experiencias, para tener la mayor cantidad de aventuras posible y enfrentarse a las cosas que más le asustaban. Hoy, si bien esos propósitos siguen presentes, también hace ciencia para que las autoridades de su país puedan tomar decisiones basadas en evidencia. “Mientras mejor información tengamos, más vamos a poder guiar al planeta hacia un futuro en el cual los beneficios de la mayoría estén protegidos”.

Dorador coincide con Guerra en el rol que tiene la ciencia y, de hecho, ese fue el motivo por el que decidió volver a Chile: conservar los humedales altoandinos o salares a través de la generación de información. Sin embargo confiesa que ha sido mucho más difícil de lo que pensaba. “Los intereses económicos son enormes y por más conocimiento que haya nunca es suficiente para detener esta verdadera ola de destrucción. El extractivismo nos está anulando como sociedad. Nos deja perplejos, con la mirada fija hacia el horizonte donde nuestros cerros, lagos y ríos desaparecen”.

Todos los proyectos en los que trabaja Segovia o los que apoya, se centran directa o indirectamente en procesos de conservación y manejo de recursos. El propósito de esta científica ecuatoriana “es entender los bosques de Polylepis y a los ecosistemas alto andinos y de esa manera poder manejarlos y protegerlos”.

Dorador no se da por vencida. Sabe que en los ecosistemas de salares amenazados viven microorganismos que “pueden dar respuestas claras sobre la adaptación al cambio climático y a escenarios desafiantes del futuro. Por eso persistimos en la investigación”.

El mayor logro

Para Gisela Orjeda, su mayor logro científico ha sido la decodificación del genoma de la papa y la identificación de los más de 408 genes de resistencia a plagas y enfermedades que esta tiene. “Lamentablemente, el país no estaba listo para aprovechar esos conocimientos e incorporarlos en los programas de mejoramiento de la papa de una manera sistemática”, dice la científica, aunque no pierde las esperanzas de que el INIA pueda ahora aprovechar el conocimiento generado.

En el caso de Segovia, uno de sus los logros más importantes ha sido definir el número cromosómico de las especies ecuatorianas de los árboles de papel. “Descubrimos la existencia de citotipos, que son poblaciones con diferente número cromosómico, lo que apoya la hipótesis de múltiples introducciones de especies de Polylepis al Ecuador”.

Dorador destaca entre sus logros el encontrar en distintos lagos y salares del Altiplano una alta diversidad microbiana. “Esos ambientes casi no habían sido explorados. La idea predominante en esa época era que en ambientes extremos hay una diversidad baja de microorganismos, pero no era así”. De hecho, unos años después, “pudimos comprobar que la diversidad microbiana de salares era aún mayor que la reportada”.

Para Guerra en cambio, su mayor éxito profesional no ha sido un descubrimiento o un artículo científico. “El logro más importante ha sido encontrar el espacio donde calzan perfecto mis habilidades, mis conocimientos, mis intereses y mis fortalezas”. Melania Guerra se refiere al rol que actualmente tiene en la COP, acompañando a la delegación costarricense en la toma de decisiones. “Me siento dichosa de haber podido encontrar justamente el epicentro donde los temas que son tan urgentes a nivel mundial, y que al mismo tiempo me resultan interesantes, se encuentran con las experiencias y el conocimiento que he podido desarrollar”.

Esta nota fue publicada originalmente AQUÍ.

Fuente: www.elmostrador.cl

Las zonas de sacrificio son éticamente inaceptables

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-El ordenamiento territorial es una necesidad urgente que posibilitaría la coexistencia pacífica entre las actividades humanas y el medioambiente.

Ramiro Bustamante recuerda sus paseos por Quintero, cuando hace dos décadas, solía ir a trotar con su hijo arriba de los hombros. En esa época, el investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad, IEB, recorría la costa de esta bahía de la Región de Valparaíso, atravesando sus emblemáticas playas como el Papagayo, las Conchitas y los Enamorados. Iba contento, avanzando por estos territorios rodeados de llanuras, esteros y bosques.
Sin embargo, y tal como ha sucedido en otros rincones del país, este balneario y territorios aledaños como Puchuncaví y Ventanas, se han transformado en zonas de sacrificio debido al fuerte impacto que la actividad industrial, instalada en los alrededores, ha tenido sobre la salud y el bienestar de sus habitantes y su entorno tanto terrestre como marino. Un hecho que ilustró este efecto, fueron las casi dos mil consultas por intoxicación, vómitos y dolor de cabeza, que se recibieron el segundo semestre de 2018, y que afectaron directamente a los habitantes de estas localidades.

Y si bien, estos hechos y la contingencia actual han obligado a acelerar procesos de descontaminación y descarbonización -con el cierre de todas las centrales termoeléctricas chilenas, antes del 2050-, Ramiro Bustamante asegura que el esfuerzo debe ser mayor y que lo óptimo es hacerse cargo de industrias instaladas que liberan otros materiales contaminantes, como metales pesados y petróleo. “Las zonas de sacrificio son éticamente inaceptables por las consecuencias sociales que traen y que, en primera instancia, afectan a la salud humana y generan pobreza. Y además, su existencia no guarda ninguna relación con las concepciones más modernas para la conservación de la biodiversidad”, comenta el académico del Departamento de Ciencias Ecológicas, de la Universidad de Chile.

Sacrificio por desarrollo

Una zona de sacrificio, es un territorio que, surge como una decisión racional de utilizarlo para un fin -por ejemplo, económico- e independiente de cualquier otra consideración social o ambiental. Así, se producen zonas con una concentración masiva de industrias contaminantes y desechos tóxicos, en un perímetro muy cercano a la población. Esta idea surgió en Estados Unidos cuando se tomó la decisión de “sacrificar zonas” para la experimentación con radiación nuclear en un momento en que era estratégico tener a la brevedad una bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial. Luego, el concepto se continuó aplicando para concentrar actividades industriales en zonas con indudables ventajas logísticas.

“Que existan zonas de sacrifico en nuestro país es realmente macabro pues no se toma en real consideración la opinión de la población que habita estas zonas, teniendo perfecta conciencia del daño ambiental y de salud pública que ocurre. En el caso de Quintero, lo que ahí vemos es un intento por maximizar la actividad productiva, en un lugar cercano al mar a donde pueda llegar combustible y petróleo para producir energía, y luego tener una refinería de cobre para la pequeña y mediana industria y un puerto para sacar de ahí estos productos. Sin embargo, aquí no se evaluó el impacto de estas instalaciones, transformando a esta comuna, en una zona de sacrificio”, señala el investigador del IEB.

Respecto al impacto en las comunidades, Ramiro Bustamante explica que los habitantes de estas zonas, también ven alteradas sus actividades laborales. “Los pescadores no pueden pescar y los agricultores no pueden cosechar, porque una consecuencia importante es que el contorno de estas áreas también se ve afectada, pues la contaminación no queda contenida en esa zona y se propaga en el territorio hacia zonas aledañas. En Ventanas, por ejemplo, el humo de anhídrido sulfuroso que se producía, ha dejado su huella en la tierra, haciéndola muy poco productiva, explica el Dr. Bustamante.

Impacto en la biodiversidad

La existencia de estos territorios en localidades como Tocopilla, Huasco, Mejillones, Coronel y Puchuncaví, no sólo impacta a nivel social, sino también del entorno natural, ya que no están acorde a las visiones más modernas de biodiversidad, “que implican conservar, incluyendo ambientes en los que coexisten ciudades, industria y agricultura”. Respecto a las medidas impulsadas como la descarbonización, el académico señala que estas son importantes a nivel de reducción de emisiones de CO2 y por ende, del efecto invernadero. Sin embargo, la liberación de sustancias químicas al medio ambiente, es de la mayor gravedad, según acusa el científico del IEB.

“Los efectos sobre la vegetación son un tema serio pues se sabe muy bien que los compuestos químicos de metales como el cobre, petróleo y plomo, se concentran en los tejidos de plantas y animales, afectan el sistema respiratorio de las personas e incluso producen la muerte de animales y peces”, asegura el académico de la U de Chile.
En ese contexto, uno de los problemas que advierte, es la magnificación biológica, un fenómeno ampliamente documentado en la literatura. Dicho proceso, propaga los contaminantes hacia todos los niveles de las mallas tróficas. “Si una lombriz empieza a comer humus de tierra contaminada, entonces ella concentra contaminantes en su organismo. Luego, un pájaro que come diez lombrices diarias, al hacer esto, acumula diez veces también los niveles de metales en su cuerpo. Y si enseguida, un depredador como el águila, atrapa y consume al ave, entonces la concentración de sustancias tóxicas en su cuerpo también se incrementa y por tanto, el daño sobre esta especie será muchísimo mayor”.

¿Qué medidas se podrían tomar? El ordenamiento territorial, es una estrategia de uso de tierra que podría resolver estos graves problemas de contaminación. Ello, mediante de nuevos acuerdos que permitan definir roles para diferentes zonas del país, estableciendo formas más óptimas de convivencia entre naturaleza, poblaciones y estructura de vialidad. “Si avanzamos en esta línea, podríamos evitar numerosos daños. Y para esto, es importante que científicos, políticos y empresarios, podamos sentarnos a dialogar y decidir cómo manejar la tierra, definiendo qué áreas geográficas son para producción industrial, pero bajo ciertas condiciones que impidan instalar zonas de sacrificio. La idea es que la industria produzca la menor cantidad posible de residuo y si lo hace, que pueda transformarlo a elementos inocuos. Existe la tecnología para hacerlo. Ejemplos en el mundo también los hay, como en otros países más desarrollados, que no cuentan con zonas de sacrificio y en donde el concepto de conservación de biodiversidad se encarna hasta en los maceteros de las casas”.

Tal vez, indica el científico, los espacios de discusión existentes actualmente, a propósito de los movimientos sociales que están ocurriendo en nuestro país, no den la oportunidad de reflexionar qué tipo de país queremos desde un punto de vista ambiental y podamos incorporar en la agenda los temas de la conservación de la biodiversidad y desarrollo económico en un contexto de sustentabilidad.

Fuente: ieb-chile.cl

El misterio de chumaihuén

| Evolución, Medio Ambiente y Sociedad, Noticias |

Uno de los animales más extraños de nuestra fauna, el monito del monte es el último sobreviviente de una antigua familia de marsupiales, extinta hace millones de años.

Para el pueblo mapuche es sinónimo de mala suerte, aunque hay zonas en la Araucanía en donde oír sus gritos agudos, similares a los de un cachorro recién parido, es señal de abundancia. El monito del monte o chumaihuén —“perrito de la virtud”, en mapudungún— es una de las especies más extrañas que habitan los frondosos bosques del centro y sur de Chile. No por nada la tradición campesina suele describirlo como un ratón que nace del huevo de una gallina empollado por una serpiente. Y aunque esa versión mitológica de su origen no sea cierta, detrás de ella hay una intuición correcta: el monito del monte, o Dromiciops gliroides, es tan extraordinariamente singular, que su origen no se asemeja al de ningún otro animal nacido en estas tierras. De hecho, se remonta a millones de años. Por eso, los investigadores que se dedican a estudiarlo lo definen como un “fósil viviente”.

—Es el único representante vivo de un orden completo, que es el microbiotherio. ¿Qué significa esto? —se pregunta el doctor en Ecología y Biología Evolutiva de la U. de Chile, Juan Luis Celis—. Que todas las demás especies de esa orden ya se extinguieron.

El investigador Juan Luis Celis.
(Foto principal: José Luis Bartheld).

La relación de Celis con el misterioso marsupial —uno de los tres que habitan nuestro territorio, junto a la yaca y la comadreja trompudita— nació hace 15 años, producto de un accidente fortuito: en 2005 viajaba por Chiloé en busca de un tema para su doctorado, cuando recibió la invitación para ser parte de un muestreo de fauna. Llevaba varias horas internado en el húmedo y añoso bosque cuando, de una de las trampas, vio emerger a un pequeño animal que lo desconcertó: tenía la apariencia de un ratón, recuerda Celis, pero al notar su hocico puntiagudo, sus ojos pequeños y amistosos, y su larga, gruesa y fuerte cola, supo de inmediato de lo que tenía en sus manos no era un roedor, sino algo diferente.

—Era una especie tan bonita, tan carismática —dice el investigador— que decidí estudiarla, leer lo que había sobre él. Entonces me di cuenta de algo: se sabía muy poco al respeto. Por eso decidí agarrarlo como tema. Mucha gente me dijo que no me convenía, que iba a ser difícil, porque no había bibliografía ni datos. Me demoré bastante, pero fue muy valioso.

En las dos últimas décadas, al menos una decena de investigadores chilenos han intentado descifrar la existencia de un mamífero que, aunque vive exclusivamente entre las regiones de la Araucanía y Los Lagos —y en una pequeña franja de la patagonia argentina—, tiene su origen en el otro extremo del mundo. Los análisis genéticos han demostrado que el monito del monte está mucho más cerca de los marsupiales australianos, como el canguro, que de los que existen en nuestro continente, como la yaca, la zarigüeya y la comadreja trompuda.

Para entender esa relación, hay que retroceder 300 millones de años, hasta la época en que toda la Tierra estaba unida en un único continente, conocido como Pangea. Si una persona pudiera viajar en el tiempo y visitar la Antártica en esa época —que también era parte de esa gran masa continental—, seguramente pensaría que se equivocó de destino: para entonces, cuenta Celis, su superficie estaba cubierta de frondosos bosques subtropicales, palmeras imponentes y helechos de un intenso color verde. Con esas condiciones, era el hábitat perfecto para numerosas especies. Los marsupiales, creen los evolucionistas, se fueron moviendo desde los bosques antárticos a Australia y Sudamérica. La fragmentación de Pangea, 50 millones de años después, marcó para siempre su evolución biológica.

“El monito deja las semillas que ingiere casi intactas. Plantas como la botellita, la medallita y la estrellita, que tienen en común que sus frutos son verdes, son consumidas por el monito y me atrevería a decir que es su único dispersor. Se ha estudiado mucho a distintas especies de aves y no se han encontrado en sus heces semillas de este tipo de plantas”.

Ágil y ligero, el monito del monte, que en su adultez puede llegar a medir 25 centímetros, posee una asombrosa habilidad para desplazarse entre los árboles. Esto, gracias a su pulgar oponible, que utiliza para afirmarse mientras escala, y a su larga cola prensil, que enrolla en las ramas para para cruzar de un árbol a otro. Es el único marsupial de Sudamérica que hiberna, ya que su temperatura corporal apenas llega a los 10º C, más cerca de los reptiles que de los mamíferos. Por eso, quizás, en el campo aseguran que lo empolló una serpiente. Hay períodos en donde puede llevar prácticamente a cero su metabolismo.

—Se han registrado casos donde hay animales que, en días buenos, se despiertan, se levantan, comen lo que encuentren y después vuelven a dormir —dice Celis—. Por eso, más que hibernar, uno debería decir que el monito entra en un estado de sopor profundo.

El chumaihuén es uno de los tres marsupiales que existen en Chile.

Es tan misterioso su origen, que algunos investigadores postulan que, además del gliroides, existen dos especies más de monito del monte: el bozinovici y el mondaca, que tendrían cráneos levemente diferentes en tamaño y forma, aunque Celis postula que esas diferencias no son suficientes para dividir su linaje. Donde no hay discrepancias es respecto al rol trascendental que cumple en sus ecosistemas. Parte importante de su dieta son insectos, pero también es un gran consumidor de frutos silvestres, lo que lo convierte en un dispersor natural de al menos 16 especies vegetales, entre ellas el maqui, la murta, el arrayán y la quilineja. Esto, gracias a su inusual sistema digestivo:

—El monito deja las semillas que ingiere casi intactas —explica Celis—. Plantas como la botellita, la medallita y la estrellita, que tienen en común que sus frutos son verdes, son consumidas por el monito y me atrevería a decir que es su único dispersor. Como sus frutos son verdes, las aves no suelen comerlos. Se ha estudiado mucho a distintas especies de aves y no se han encontrado en sus heces semillas de este tipo de plantas.

Durante años, el monito fue considerado vulnerable, pero hoy está en la categoría de casi amenazado. Esto, gracias a su gran capacidad de reproducción —tiene entre tres y cinco crías por temporada— y a su facilidad para adaptarse a cualquier ambiente donde exista sotobosque, el conjunto de arbustos, hierbas y matorrales que crecen bajo el dosel de los árboles. Su fragilidad, sin embargo, persiste a causa de la degradación de su hábitat. La explotación forestal, dice Celis, es un factor importante en ello, pero también hay otro fenómenos que provoca un importante impacto en el ecosistema del marsupial chileno.

“Era una especie tan bonita, tan carismática, que decidí estudiarla, leer lo que había sobre él. Entonces me di cuenta de algo: se sabía muy poco al respeto. Por eso decidí agarrarlo como tema. Mucha gente me dijo que no me convenía, que iba a ser difícil, porque no había bibliografía ni datos. Me demoré bastante, pero fue muy valioso”.

—Hay una cosa que ha sido muy poco estudiada y es la famosa parcelación —asegura el investigador—. Mucha gente, tal vez con la mejor intención, compra parcelas para cuidar el bosque, pero el simple hecho de lotear, lo va abriendo y éste pierde su continuidad. Esto genera un problema no sólo para el monito, sino que para muchas otras especies.

Hoy, el biólogo busca comprobar si los monitos nidifican en familia, y para eso está estudiando su conducta durante los meses de sopor. De ser así, dice, estaríamos frente a un animal que se vincula con sus pares de forma comunitaria y no territorial. Ese tipo de investigaciones, explica, buscan afinar nuestro conocimiento sobre la manera en que se comporan las distintas piezas de nuestros ecosistemas, y, sobre todo, contribuir a que los chilenos protejamos a uno de los animales más extraordinarios de nuestro país.

—Hago todo lo posible por entender y difundir nuestro legado biológico, para que de esta manera la gente se apodere de ese conocimiento y sienta que especies como el monito forman parte de su cultura —afirma Celis—. “Es la mejor forma de protegerlos”.

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El largo camino para encontrar una vacuna contra el coronavirus

| Noticias |

Un especialista explica los pasos a seguir para el desarrollo de un fármaco, que podría estar disponible en hasta seis meses. ¿Podría ser desarrollado en Chile?

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Aprendizaje a largo plazo requiere de mayor mielina

| Noticias |

La mayoría de los recuerdos se desvanecen en cuestión de días o semanas, mientras que algunos persisten durante meses, años o incluso de por vida. ¿Qué permite que ciertas experiencias dejen una huella tan duradera en nuestros circuitos neuronales? Esta es una pregunta antigua en neurobiología que nunca se ha resuelto, pero nuevas pruebas apuntan a una nueva respuesta sorprendente.

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Las bacterias intestinales ayudan a controlar la contracción muscular saludable en el colon

| Biología Molecular y Microbiología, Noticias |

Según una nueva investigación del Instituto Francis Crick y la Universidad de Berna, los microorganismos en el intestino apoyan la digestión saludable al ayudar a las células nerviosas dentro del intestino a regular la contracción y la relajación de la pared muscular del colon.

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La técnica más avanzada de edición genética CRISPR pasa el ensayo clínico en tres pacientes de cáncer

| Biología Molecular y Microbiología, Noticias |

Al lanzar un nuevo capítulo en el campo de la inmunoterapia contra el cáncer en rápido movimiento, los científicos han combinado dos enfoques de vanguardia: CRISPR, que edita el ADN, y la terapia con células T, en la que los centinelas del sistema inmune son explotados para destruir tumores. Dos mujeres y un hombre, todos de 60 años, uno con sarcoma y dos con mieloma múltiple de cáncer de sangre, recibieron versiones alteradas por CRISPR de sus propias células el año pasado, informan investigadores en línea en Science esta semana.

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Descubren virus con genes no reconocibles

| Biología Molecular y Microbiología, Noticias |

Los virus son algunos de los organismos más misteriosos de la Tierra. Se encuentran entre las formas de vida más pequeñas del mundo, y debido a que ninguna puede sobrevivir y reproducirse sin un huésped, algunos científicos se han preguntado si incluso deberían considerarse seres vivos. Ahora, los científicos han descubierto uno que no tiene genes reconocibles, lo que lo convierte en uno de los virus más extraños conocidos. ¿Pero cuántos virus sabemos realmente? Otro grupo acaba de descubrir miles de nuevos virus escondidos en los tejidos de docenas de animales.

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Pingüinos Papúa, Barbijo y Adelia están siendo afectados por nuevos virus en un amplio sector de la Antártica

| Biología Molecular y Microbiología, Noticias |

Tres especies de pingüinos están siendo afectadas por nuevos avulavirus y se investiga cuál es el efecto que están teniendo sobre estas aves no voladoras.

El hallazgo fue informado por el Instituto Antártico Chileno (Inach), al dar cuenta que investigadores nacionales lograron determinar la existencia viral con una amplia distribución en la península Antártica.

La investigación estuvo a cargo del Dr. Víctor Neira y en esta procesaron más de 500 muestras de pingüinos. Este es uno de los estudios serológicos más grandes que se han publicado hasta la fecha respecto a cualquier enfermedad en aves en la Antártica.

“Nunca se han procesado tantas muestras para entender bien una enfermedad. Aquí incluimos muestras de las Shetlands del Sur, de la isla Doumer (base Yelcho) y de la isla Avian (refugio Guesalaga) y otras cuatro localidades a lo largo de la península Antártica. Encontramos evidencias de los virus a más de 800 km del lugar original. Esto quiere decir que esos virus no son realmente de ahí nomás, sino que están distribuidos a lo largo de la península”, comenta el profesor en Virología animal, de la Facultad de Ciencias Veterinarias y Pecuarias, de la Universidad de Chile.

Los virus han sido denominados avulavirus aviar 17, 18 y 19 y fueron detectados en tres especies de pingüinos: Adelia (Pygoscelis adeliae), Barbijo (Pygoscelis antarcticus) y Papúa (Pygoscelis papua).

¿Virus dañinos?

Para Neira, el siguiente paso es saber si estos virus causan alguna infección que sea dañina para los animales o son parte de su viroma normal.

Los avulavirus aviares 17, 18 y 19 están emparentados entre sí y no son variantes nuevas de algún virus ya conocido. Uno de sus virus cercanos es el que causa la enfermedad de Newcastle (que genéticamente es el avulavirus aviar 1).

“No hay evidencia de que ocasionen algún problema en los seres humanos. Es más, hay una tendencia a estudiar los virus como un potencial terapéutico. Por ejemplo, el avulavirus aviar 1, el Newcastle, se ha ocupado en terapias anticancerígenas. Entonces, puede ser todo lo contrario, que incluso estos virus que nosotros estamos encontrando en la naturaleza tengan cierto potencial para curar algunas enfermedades como el cáncer. Pueden venir cosas muy buenas de virus, aunque suenen como algo malo”, concluye Neira.

Fuente: laprensaaustral.cl

Investigación arroja luces sobre la evolución de la conducta de estar en pareja

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Un investigador de UTSA ha descubierto que, ya sea en pareja o en grupos, el éxito en los sistemas sociales de primates también puede proporcionar una idea de la organización de la vida social humana.

Fuente: eurekalert.org